Escalar sin cuerda, entre la libertad y la psicopatía
El solo integral no es un desempeño moderno, sino una tradición histórica que la psicología moderna contempla con estupor
El pasado 18 de mayo, el alemán Martin Feistl, joven talento alpinista de 27 años, escogió escalar sin compañero una pared de 270 metros. Pudo además haber decidido hacerlo autoasegurándose mediante una técnica laboriosa, pero prefirió medirse al reto en solo integral. La dificultad técnica de la ruta escogida no pasaba del 6 b, grado modesto, especialmente para alguien acostumbrado a dificultades mucho mayores. En algún momento, cayó, y habiendo prescindido de la cuerda, murió al estrellarse contra el suelo. Apenas unos días después, Alex Honnold batió el récord de velocidad en solitario a la vía Salathé de El Capitán, en el valle californiano de Yosemite. La noticia fue, en este caso, que el artista del solo integral había escalado sin compañero pero con cuerda, autoasegurándose a medida que ascendía. “Lo de autoasegurarse es un rollo, algo tedioso… pero lo tuve que hacer porque mis compañeros me fallaron y me quedé solo”, explicó el atleta de The North Face poco después de invertir 11 horas y 18 minutos en la ruta, 9 horas menos que el récord anterior. Días atrás, en su regreso al valle que le ha hecho mundialmente famoso, Honnold había completado un par de ascensiones en solo integral, mientras iniciados y nóveles siguen preguntándose qué lleva a una persona a prescindir de la cuerda para escalar en solo integral. ¿Valentía? ¿Desprecio de la vida? ¿Pulsión suicida? ¿Confianza desmedida? El solo integral, sin embargo, no es una tendencia moderna. Viene de lejos.
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